Nº 93: Manuel Arroyo-Stephens falleció el pasado 16 de agosto en el Escorial de cáncer, justamente alabado post morten, omitiéndose la que fue su militancia política de juventud

 

Abstract

En efecto, Manuel Arroyo-Stephens, que había nacido en Bilbao en 1945, se licenció en Madrid a finales de los años sesenta   en Derecho y Económicas, con los jesuitas del ICADE, y militó por aquellas fechas, como tantos otros en la organización universitaria del PCE y en la FUDE. Circunstancias estas últimas, que no he visto reflejada en las múltiples necrológicas elogiosas y sentidos obituarios, centrados casi todos ellos en la muchas y variadas facetas culturales en las que destacó Manuel Arroyo (librero durante el final del franquismo, vendedor de obras prohibidas en España, pionero editor de obras de españoles exiliados, en México, donde vivió varios años, apoderado del torero Rafael de Paula, autor de varias obras literarias, algunas de marcado carácter autobiográfico…, patrocinó la vuelta de Chávela Vargas a España…).

A lo largo de su trayectoria vital, especialmente a partir de los años setenta del pasado siglo, que decidió abrir la librería Turner de la calle Génova, cuando a Franco-que no el franquismo- aún le quedaban cinco años de vida.

La Universidad madrileña a mediados de los años sesenta.

Así como integrantes de las generaciones que vivieron directamente los acontecimientos universitarios de febrero de 1956 en Madrid, han dejado infinidad de biografías y testimonios personales diversos que los relatan ( Javier Pradera, Alberto Ruiz Gallardón-padre-, Enrique Mujica Hertzog, Ramón Tamames, Gabriel Elorriaga-padre-, Julio Diamante, Dionisio Ridruejo, Fernando Sánchez Drago, Javier Girbau León, Jesús Ibañez Alonso, Antonio Fernández Montesinos, entre otros) que han servido lógicamente para estudios, ensayos de historiadores e investigadores y periodistas (Roberto Mesa, Pablo Lizcano…).

Sin embargo, hasta la fecha, no ha sucedido lo mismo, con las generaciones de estudiantes universitarios de los sesenta- muchos de ellos todavía vivos-, que fueron los lideres y responsables de las luchas de esos años, pese a la importancia y trascendencia desde el punto de vista de la nueva y activa oposición a la dictadura que adquirió el movimiento universitario de esa década, cuya consecuencia práctica y representación más clara fue la desaparición-por primera vez en dicho régimen-de una de sus instituciones claves en el ámbito universitario y me estoy refiriendo claro está al Sindicato Universitario Español, más conocido por SEU, como consecuencia directa de las luchas y movilizaciones de los años 1963 a 1966, recogiendo las anteriores experiencias fundamentalmente de las movilizaciones y luchas de los años 1956 y 1958 que tuvieron como protagonistas fundamentales-pero no únicos- a las organizaciones universitarias del PCE y de la FUDE, creada en noviembre de 1961 y no alcanzo a dar en el porqué o razón de ello.

En las que personalmente me integré y empecé a militar en ambas a finales del 1963, como consecuencia de lo que ya entonces se intuía como un asesinato legal de Julian Grimau, fusilado en la madrugada del 20 de abril tras una verdadera parodia de la mal llamada justicia militar, que seguía siendo una justicia de guerra, con la previa preparación mediática, de un exultante y provocador Ministro de Información y Turismo, que se llamó Fraga Iribarne.

Ello me obligará más adelante, a intentar reflejar en este blog, cuando pueda conectar con los coetáneos y sobrevivientes, cuál era el panorama universitario y las experiencias que viví personalmente, los dos primeros cursos de la licenciatura de derecho en la Universidad de Granada (1960/1961 y (1961/1962), ciudad en la que “becado” había hecho todo el bachillerato interno en el Colegio del Sacro-Monte (1952-19560), y el posterior traslado de matricula a la Universidad Complutense (1962/1963).

Para continuar los estudios de Derecho-simultaneándolo con los Cursos de Sociología, que comenzaron a impartirse en el viejo caserón de San Bernardo, con un impresionante plantel de catedráticos y profesores, de los que realicé los tres primeros y únicos de dicha Escuela, que fue cerrada a consecuencias de los expedientes y expulsión de los cinco catedráticos que presidieron la célebre manifestación pacífica de febrero de 1965, organizada por la FUDE y la organización universitaria del PCE, ya que dos de ellos Aranguren y Tierno Galván , impartían las materias de Ética e Instituciones Políticas de dichos cursos.

La Escuela de Sociología de San Bernardo fue una institución universitaria que nació también por iniciativa de varios militantes comunistas los profesores Pablo Cantó, Eloy Terrón y el estudiante de Ciencias Económicas Esteban Romay, quienes lograron persuadir y convencer a las autoridades académicas madrileñas de aquellos momentos de la necesidad de incorporar dichos estudios a las enseñanzas superiores.

Los posibles lectores de este blog que puedan estar interesado en dicho tema, lo pueden consultar en este mismo blog, siguiendo los siguientes pasos: (Otros Trabajos-Comunicaciones a Congresos publicadas en las respectivas Actas- 2009. Los Cursos de Sociología del Rectorado de la Universidad de Complutense de Madrid (1962-1965).Noviembre del 2019.Santiago de Compostela.

Pisando cenizas.-

Es un libro considerado y calificado de autobiográfico de Manuel Arroyo por casi todos los que han escrito muchas de las reseñas, necrológicas y obituarios tras su fallecimiento-prácticamente los diarios de cabecera de casi todas las ciudades le ha dedicado emotivos recordatorios de parte de su vida y obras, que los críticos literarios de la contraportada (Félix de Azúa, Andrés Trapiello, Arcadi Espada, Cesar Romero…) la consideran literariamente de  las más conseguida e innovadora de Manuel Arroyo.

Consta de seis capítulos diferenciados, las historias de personajes reales, todos ya muertos, que tuvieron influencias en el periplo vital de Manuel Arroyo- el librero de viejo Enrique Moreno, su entorno; el escritor y poeta José Bergamín, su rica trayectoria literaria, política y como editor; los toreros Rafael de Paula y Antonio Ordoñez y el mundo taurino que les rodea; Barranquina, tertuliano de la taberna del pueblo bilbaíno donde transcurrió su niñez; Gusi, el hermano menor de Manuel Arroyo, el sexto y último dedicado a su madre.

Tienen un rasgo en común, por lo que, cabria decir, aplicándoselo a las seis despedidas, de personas admiradas y queridas, utilizando las propias palabras dedicadas a su amigo José Bergamín, La memoria es triste porque su alimento es lo perdido. Escribir sobre él, fue una manera de no perderlo del todo, de no permitir a la muerte que mate tanto como quiera.

De forma y manera, que la escritura sobre personas que ya han muerto, se convierte en una fuente de producción literaria de seguir teniéndoles presentes, es una de las múltiples maneras de materializarse la memoria individual y colectiva.

Son seis despedidas, descritas con rigurosos perfiles no sólo en la descripción del personaje central, sino también en las de los que aparecen acompañándoles en el relato y en ellas, siempre hay referencias expresas a nuestra más reciente historia – la dictadura franquista y la transición- también en críticas a estos últimos tiempos.

A continuación destacaré solamente algunas notas sobre tres de los seis relatos, las muertes de José Bergamín, del torero Ordoñez y la de su madre, en los respectivos tres títulos de los capítulos.

Región Luciente.

José Bergamín Gutiérrez (Madrid 30 de diciembre de 1895, Fuenterrabía, 28 de agosto de 1983), fue una de las personalidades del mundo de la cultura más importante de la II Republica, escritor de dramas, poesía y ensayos, hubo de exiliarse tras la guerra civil, volvió a España a finales de los cincuenta y se volvió a exilar después de 1963, tras encabezar un escrito de protesta de intelectuales y profesionales por las violencias y malos tratos sufridos por los mineros y sus familias, tras las huelgas de 1962. Regresa de nuevo en 1970 y desde entonces mantiene una estrecha amistad y colaboración editorial con Manuel Arroyo. Fue siempre un luchador radical, durante toda su vida intentó congraciar el catolicismo y comunismo, suya es la frase “Con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más”.

Al referirse a las tres generaciones de escritores y artistas españoles que se juntaron durante la Segunda República, que no se había conocido desde el Siglo de Oro, por ello dicho periodo se conoce como el de la Edad de Plata de las Letras Españolas, afirma “todo acabó trágica y criminalmente con la sublevación de Franco. Para muchos de ellos significó la cárcel o la muerte y para la mayoría una angustiosa e interminable exilio por las Repúblicas de America.”

Mi España, decía Bergamín, es la España de Cervantes, la de Galdós, no es esa que nos ha dejado Franco, disfrazada de Monarquía. Mi mundo no es de ese reino;… ese genio del perjurio, de la impostura monárquica. Ahí no tengo sitio, ni quiero estar… en esta doblemente monarquía borbónica…de un Borbón no se puede uno fiar: pero de un Borbón y Borbón como este muchísimo menos. Puede borbonear a todos y casi borbonearse a si mismo…Mira como borboneó Franco y a las leyes que le hicieron jurar, los principios del movimiento nacional, las leyes fundamentales del 18 de julio y todas las que pusieron delante. ¡Para ocupar el trono que legítimamente le correspondía a su padre. ¡ Y también borboneó a sus generales más íntimos el 23 de febrero cuando fracasó el golpe que había inspirado…!

Agudeza de visión y de perspectiva histórica la de este luchador por las libertades, que recientemente han cobrado la virtualidad de ser hechos absolutamente “reales”.

Solía decir José Bergamín, que no se moría porque no tenía donde caerse muerto y que no creía en la resurrección de la carne, porque él ya solo tenía huesos. Y añade Manuel Arroyo Ya no tenía ni una cosa ni la otra, era puro verso y memoria.

José Bergamín y Manolo Arroyo en un burladero. Fotografía sin datar fecha y lugar.

Fue Bergamín en sus últimos momentos de su vida, le reiteró y aconsejó a Manuel Arroyo, “que escribiese”, en un primer momento, éste pensó que se refería a que le escribiese cartas pues Manolo se encontraba fuera de España, pero ante la insistencia del viejo escritor, comprendió cual era ese último mensaje, que le daba el maestro e hizo todo lo posible por cumplir con ese sabio consejo.

Melancolía del torero.

En este capítulo, entre otras figuras, aparecen reseñados momentos y semblanzas en las que intervienen los toreros Rafael de Paula y Antonio Ordoñez y los poetas y escritores Bergamín y Alberti, dos buenos aficionados a tan polémica actividad, como lo fue el propio Arroyo que llegó a ser el apoderado y representante de Rafael de Paula.

De Alberti se dice en una comida con Bergamín y Arroyo, Cuando regresé a España hace tres años, todo eran celebraciones, homenajes y entrevistas. Ahora ya nadie me hace caso, les estorbo, resumió con gesto amargo. Es la suerte de los regresados del exilio a la muerte de Franco, habían dejado de ser noticia. De hecho se estaba tendiendo un manto de silencio sobre la guerra y el exilio. Lo exigía la impostura del nuevo régimen monárquico.

Relata Arroyo que una de las obsesiones de  Antonio Ordoñez era el comunismo. Si creía que estaba ante alguien de izquierdas sacaba en algún momento el tema. Decía el maestro taurino, el comunismo lo que quiere es repartir ¿Verdad?, dijo mirándome a los ojos, dando por supuesto que yo pudiera pensar una cosa así de atrabiliaria.“Eso de que somos iguales era una pamplina, añadió indignado, como si yo hubiese sostenido lo contrario. Todos somos iguales, claro, pero el que se queda sólo con el toro y sufre las cornadas soy yo. ¡Y luego a repartir!

Responso

Sin duda alguna éste último capítulo, cuyo título refleja la frustración de un hijo que se quedó con los deseos de dedicarle un sentido recuerdo en la ceremonia religiosa de despedida de su madre y es donde aparecen muchas de las referencias más intimas de familiares.

Sus padres se conocieron durante la guerra civil, donde él “escaqueándose de sus obligaciones en el frente como sargento de sanidad en un hospital de Santander y allí conoció a su madre, que trabajaba de enfermera voluntaria”.

Se casaron y se fueron a vivir a Madrid con el producto de una hijuela …vivieron a lo grande hasta que arruinado y sin trabajo al cabo de tres años…volvieron al pueblo y aprovechando que era licenciado en derecho se le ocurrió ingresar en la academia militar de Zaragoza para entrar en el cuerpo jurídico militar, enviando a mi madre a Berrueza, localidad bilbaína donde residía la abuela paterna, viuda y con dos hijas . Allí fueron naciendo los seis hijos del matrimonio, cada quince meses y uno más que se quedó en el camino…

Ya de flamante teniente fiscal lo destinaron a la capitanía de Burgos, a pedir en los consejos de guerra condenas para los derrotados en la Guerra civil. Siempre fue muy pusilánime y todavía cuando lo recordaba se ponía lívido…Pese a ello, quizás como forma de justificar esa conducta paterna, cuando escuchó la versión de un amigo de infancia que contaba de su padre, que cuando pasaba por un determinado lugar, le dijo “Mira aquí fusilamos a unos cuantos durante la guerra” ,se afirma en el texto: Mi padre no tuvo una participación tan directa en la represión ni en la guerra. Se limitó a pedir como fiscal condenas a muerte.

La relación de todos los hermanos con el padre fueron mínimas y distantes. Desde hace años dependía de la madre hasta para atarse los zapatos. Le aterraba la idea de morirse solo, tanto como seria para verse por primera véz ante sus hijos, de los que poco cariño sabia podía esperar. Así es que ,la madre tuvo que cuidarlo y lo hizo con un mimo y una fortaleza que a M. Arroyo le parecían asombrosas y excesivas.

Respecto la madre con la quién tuvo de siempre una especial predilección, porque se auto consideraba su hijo favorito, se relata que llegó a Berrueza, al domicilio de la abuela paterna, donde sus antepasados llevaban viviendo siglos y se creían nobles descendientes directos de la pata de un rey mago…y además viviendo de las rentas sin trabajar.

Relata M. Arroyo, en aquel pueblo perdido, en aquellos tiempos miserables, pasó la madre nueve años, con aquella familia extraña, que la detestó desde que entró por la puerta de la casa con una niña recién nacida…La odiaban porque fumaba, porque llevaba escote, porque tomaba té , porque hizo amigos en el pueblo, porque montaba a caballo y jugaba al tenis, porque era irlandesa, porque se reía , porque olía distinto, porque escuchaba tangos, porque no tenía fincas en la comarca, porque no iba a la iglesia, porque no era de su misma especie, porque le gustaba contar historias de un mundo que ellas destetaban y desconocían. A la abuela la perturbaba que se oyesen risas en la casa. “Ríe, Ríe, que mañana lloraras”, decía con su imperturbable tono quejumbroso y agorero.

Llevaba entonces treinta años de luto, que no se quitó nunca. A mi abuelo no le mencionaba nunca, como si le reprochase secretamente haberse muerto demasiado pronto. Era médico y se contagió en una epidemia de tifus.

Las pretensiones le venían a esa familia de haber pertenecido, como toda la aristocracia de Berrueza a una orden de monteros del rey, que había sobrevivido nueve siglos sirviéndoles de guardia de cámara, primero a los Condes de Castilla y luego a los reyes de España.

Se habían ganado tal privilegio en la época del Califato de Córdoba, cuando evitaron el asesinato del primer Conde Castilla a manos de un general de Almanzor. La Republica de 1931 había acabado definitivamente con tan pintoresca institución y había dejado sin razón de ser y sin oficio . Para mayor escarnio el general Franco en vez de restituir a los monteros de Berrueza se había rodeado de una guardia mora. Por eso el nombre de Franco no se pronunciaba en la casa de la abuela.

Enemigos por principio del trabajo y de la inteligencia, en las guerras carlistas del siglo XIX se habían puesto al lado de Don Carlos. El ejército liberal quemó en dos ocasiones la casa, que ya habían saqueado las tropas francesas en las guerras napoleónicas. Los Borbones de por si mezquinos y rencorosos, nunca le perdonaron su filiación carlista.

Años después de morir el padre, M. Arroyo había tardado meses en ir a visitar a su madre en Berrueza y se le quedó mirándole en silencio y muy triste le dijo Te vas arrepentir…Te va a doler no haberme hecho caso y no haber venido a verme más a menudo. Soy muy vieja y no tengo derecho a pedir nada. Pero yo contaba contigo, que fueses mi apoyo en estos últimos años, como lo fuiste de niño cuando venimos a esta casa con tus hermanos. Entonces yo era una mujer muy fuerte y tuve coraje para salir adelante. La vejez es un asco ya no tengo fuerzas para nada.

Quizás estas y otras consideraciones por el estilo sobre su madre eran las que mentalmente llevaría para pronunciarlas en un responso, que no se produjo, en la despedida religiosa, pero que luego se trasmitieron en este último capítulo del libro biográfico de Manuel Arroyo.

Juan José del Águila.

Madrid a 29 de agosto del 2020, en plena re escalada del virus.

 

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