Obituario de Manuel Portela Peñas por Andrés Martínez Lorca
Por Andrés Martínez Lorca
Conocí a Manuel Portela Peñas en 1966. Lo recuerdo alegre, de abierta sonrisa, lleno de
energía y dotado de una viva inteligencia. Era delegado de los estudiantes de la Facultad
de Económicas de la Universidad Complutense de Madrid y yo redactor de la recién
creada Agencia Europa-Press. Me abrió el camino periodístico el corresponsal de Le
Monde, José Antonio Novais, con quien tenía relación personal desde mis años de
alumno del Colegio Mayor Pío XII. Novais había sido testigo privilegiado de mi tarea
como organizador del ciclo de conferencias titulado “Hacia una verdadera paz, hoy”
cuya prohibición provocó una masiva manifestación de protesta y la posterior expulsión
de la Universidad de los profesores Aranguren, García Calvo y Tierno Galván, entre
otros. También sabía de mi paso por la cárcel de Carabanchel condenado por propaganda
ilegal. Con esas credenciales era normal que en Europa-Press me encargaran de las dos
secciones más conflictivas en el franquismo tardío, la Universidad y el mundo laboral,
protagonizado entonces por las clandestinas Comisiones Obreras. Una de mis fuentes de
información universitaria fue Portela.
La Facultad de Económicas había abandonado su antigua sede de calle San Bernardo tan
llena de recuerdos en las obras de Galdós y se había instalado al final de la Ciudad
Universitaria en un edificio llamado popularmente “Galerías Castañeda” por su parecido
con los grandes almacenes de calle Preciados y por el apellido de su entonces decano.
Era la más politizada de las Facultades de la Universidad Complutense, aunque no la
única. La lucha contra el sindicato falangista SEU, la formación de organizaciones
universitarias antifranquistas como la FUDE y la posterior creación del Sindicato
Democrático de Estudiantes marcaron la agenda, pero el problema de fondo era la
creciente rebelión juvenil contra una dictadura cuya única respuesta fue la represión.
Cientos de universitarios fueron detenidos, multados, expulsados y encarcelados.
Merecen un recuerdo colectivo de agradecimiento. Señalemos entre ellos algunos
nombres destacados: Jaime Pastor (Facultad de Políticas), José María Mohedano
(Derecho), Pilar Brabo (Físicas) y Alberto Méndez e Isabel Portela (Letras). Visto en
perspectiva, el movimiento estudiantil fue germen del movimiento democrático en
sectores de clase media y el taller teórico-práctico donde se formaron futuros dirigentes
de izquierda.
Manolo Portela sufrió también la represión. A los 22 años fue detenido, procesado por el
Tribunal de Orden Público y encarcelado. Recuerdo haber saludado a su padre en los
pasillos del siniestro Tribunal durante el juicio; mostraba una lógica preocupación por el
destino judicial de su hijo. Gracias a la buena defensa de Julián Hernández Montero
(abogado comunista muerto prematuramente), basada en la ausencia de pruebas en la
acusación de la fiscalía, fue absuelto del delito de asociación ilícita en sentencia del TOP
fechada el 23 de junio de 1967.
En 1970 abandoné el periodismo, marché a Londres donde fui profesor de español en un
Instituto y comencé a preparar una Tesis doctoral sobre Epicuro. Al regresar, me
incorporé a la naciente Universidad de Málaga como profesor de Filosofía. Desde finales
de los 60 y durante diez años Portela dirigió en Barcelona las editoriales Ariel y Seix
Barral que renovaron campos enteros de nuestra cultura. Algunos de los traductores y
asesores de aquellas innovadoras ediciones figuran entre los más relevantes intelectuales
de la época, como Manuel Sacristán, Josep Fontana, José María Valverde y Jacobo
Muñoz. Incorporados ambos a la lucha política como miembros del PCE, pero lejos en la
distancia, nos veíamos esporádicamente en tareas concretas y discretas de ayuda a la
organización.
Tras mi regreso a Madrid en 1983 como profesor de Filosofía Antigua y Medieval en la
UNED, volvimos a encontrarnos. Él, como siempre, vivía en su “lugar natural”, el barrio
de Argüelles, no lejos de la Casa de las Flores de Neruda ni de la antigua casa de Galdós.
Lector empedernido, dotado de muy buena memoria y excelente gusto literario, comía
como un pajarillo para proteger así su menguada salud. A través de nuestras
conversaciones lo mismo me informaba de las últimas novedades literarias que de la
evolución de la economía mundial o del coste de la corrupción política. Amigo amable y
generoso, también se entretenía en ponerme al día del barrio en el que yo había vivido
un año, bien fuera para recomendarme un bar de fritura andaluza, la mejor librería de mi
especialidad o el restaurante castizo que había sobrevivido a la globalización. Incluso me
puso en contacto con el proveedor del exquisito aceite de oliva de Beas de Segura,
pueblo de la sierra de Jaén donde vivió San Juan de la Cruz.
A pesar de sus problemas de salud, puso en marcha en los últimos años una ambiciosa
Agenda de Prensa donde cada día reflejaba el caudal de noticias, crónicas y artículos
dispersos en los medios y que él seleccionaba con un rigor admirable, separando la paja
del grano y subrayando siempre las corrientes profundas de la actualidad, en especial las
de carácter económico. En alguna ocasión le pregunté por qué consumía tanta energía en
esa labor y me contestó: “de no hacerlo, dejaría de vivir”. Y así fue. Hasta el último día
en que ingresó en el hospital para una operación de urgencia, tuvimos su extraordinaria
Agenda que nos abría cada mañana una ventana al mundo.
Mantuvo hasta el final su fina inteligencia con un poso escéptico respecto a nuestro
mundo político que servía de contrapunto a mi gramsciano “optimismo de la voluntad”.
Seguía gustando de la conversación, no había perdido el humor y con el paso del tiempo
había adquirido un fuerte carácter estoico: nunca le oí quejarse, ni de los azares de la
vida, ni de su mala salud. Creo que coincidíamos con Aristóteles en que “la amistad es lo
más necesario para la vida” y que en ella encontrábamos “un intercambio de palabras y
pensamientos”.
Como modesto homenaje a su memoria, permítaseme volver a los antiguos griegos para
perfilar su personalidad con estos merecidos epítetos: philóponos, amante del trabajo,
laborioso; phrónimos, reflexivo; philódoros, generoso, liberal; polymathés, muy sabio;
adelphikós, fraternal.
Joven rebelde, luchador por las libertades, competente economista, editor de talla,
intelectual de cultura enciclopédica, renovado humanista. Así fue nuestro amigo y así lo
recordaremos siempre.
NOTA FINAL. La necrológica que reproducimos literalmente de Manuel Portela, fue leída por Andrés Martínez Lorca – catedrático de Filosofía de la UNED- y publicada en el digital Rebelión, en el acto homenaje-recuerdo, que tuvo lugar en la tarde del pasado 16 de junio, en la Sala Maria Zambrano del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en el que también participaron Carmen Marcos, economista y funcionaria del cuerpo de Facultativos del Estado, José Antonio Herce San Miguel, doctor en Ciencias Económicas y profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid, Pedro Vallín, periodista de La Vanguardia y moderó Alfonso Alarcón.
Lamentablemente la única ocasión que tuve ocasión de estar con el fallecido, de quién conocía sus múltiples actividades por amigos comunes, fue hace unos dos meses, precisamente en el Bar-Restaurant Atómico de Arguelles- uno de los mejores sitios de Madrid para degustar “ el pescadito frito”-donde la entrañable Chiusa, quién también acababa de perder recientemente a su compañero Antonio Sama, me presentó a Manolo Portela, con mi nombre y apellidos y se me quedó mirando fijamente, con la sonrisa pícara que se muestra en la fotografía inicial y dijo :¡¡¡ Anda un dinosaurio !!!…
En los setenta y nueve años de mi vida, me han dicho de casi todo, pero nunca un calificativo tan cariñoso y real, como el que me adjudicó desde ese momento mi amigo Manolo Portela.
Tanto, que en los momentos bajos que tengo, especialmente cuando me considero “ninguneado”- como todo hijo de vecino- para animarme, me digo a mí mismo, Juanjo no sigas por ahí… que pareces un dinosaurio.
Juan José del Águila Torres.
En Madrid 24 de junio del 2022. Festividad de San Juan, a las dos personas que me han felicitado, les he dicho lo mismo, “No creo en los Santos y tampoco en los demonios”, pero de estos últimos, como diría un gallego “hailos”.