José María Elizalde, profesor jubilado, autor de esta entrada, estudió Derecho en Madrid y Valencia, fue profesor de Derecho Constitucional y trabajó en la Comisión Europea. Fue secretario internacional del comité nacional de la CNT hasta su legalización en 1978.
Me pide mi buen amigo Juanjo del Águila una entrada sobre aquella reunión, para su imprescindible blog justiciaydictadura.com
Se adjunta el excelente artículo de Benito Sanz El fin del franquismo en la Universidad. El primer congreso del sindicato democrático de estudiantes universitarios de España (1ª- RCP, Reunión Coordinadora y Preparatoria) -de hace 27 años aún insuperado- que se presentó al II Encuentro de Investigadores del Franquismo, celebrado en Valencia, que ya historiaba cómo nos cargamos al franquismo en las universidades 55 años atrás. Contribuyo pues con unos apuntes enteramente subjetivos.
No son, claro, memorias documentadas (al estilo de las que consagra a los años de la pre-transición mi también amigo Oscar Alzaga), ni pretenden ser investigaciones históricas (como el ya citado trabajo académico de Benito Sanz o los del propio Juanjo del Águila), sino unos cuantos recuerdos de alguien que vivió intensamente aquel momento, sin más mérito que haber sobrevivido para contarlo.
Primer apunte: ¿qué pintaba yo entonces, en el curso 66-67, en la Universidad de Valencia?
La Universidad donde empecé mis estudios de Derecho en octubre de 1961 (soy madrileño, del 44), la Complutense, me había expulsado otra vez, por “subversivo”, el curso anterior, 65-66, como a medio centenar más. Los expedientados de Derecho, y bastantes de Filosofía y Letras y alguno de Ciencias, nos vinimos a Valencia en mayo del 66; casi todos los de Económicas optaron por Bilbao, los de Arquitectura y alguna Ingeniería por Barcelona… En Valencia acabaron en 1966 su licenciatura en Derecho mis amigos y compañeros Manuela Carmena, Juanjo del Águila, y otros. Pero mi caso era un poco especial.
Yo era “reincidente”; ya en el curso 62-63 me expedientaron por denunciar a gritos durante una investidura honoris causa que en nuestra Universidad no había libertades democráticas (como Rodrigo Berkowitz y otros militantes de la semiclandestina FUDE, fui sancionado con pérdida de una convocatoria académica y de las Matrículas de Honor que había obtenido y que me permitían matrícula gratuita); cuando, con dos centenares de estudiantes que incluían a Jose María Maravall o Javier Solana, futuros ministros socialistas, nos detuvieron por encerrarnos en el Paraninfo de la calle San Bernardo en la primavera de 1964 como protesta por la prohibición de un ciclo de conferencias, fui ya especialmente sancionado con la expulsión de TODAS las Universidades españolas durante 2 cursos académicos.
Esos años trabajé de muchas cosas: fui minero, programador informático (empezamos la facturación con fichas perforadas en la empresa HP para la Telefónica), traductor, corrector de pruebas de imprenta…Así pues, cuando pude volver a inscribirme en la Universidad, en el curso 65-66, sólo tenía aprobados 2 cursos completos de Derecho, pero como por mi cuenta tenía más estudiados, me matriculé de 3º, 4º y 5º cursos.
Entonces quería hacerme abogado laboralista lo antes posible, como mi compañera y amiga Cristina Almeida. Tuve buenos profes, recuerdo a Antón Oneca en Penal, que cogía el autobús conmigo; a Garcia de Enterría en Administrativo, a Sainz de Bujanda en Tributario… Y además fui elegido delegado de curso de la APE (Asociación Profesional de Estudiantes, con la que el Régimen trató de apuntalar el hundimiento del SEU, sindicato falangista obligatorio, durante las movilizaciones estudiantiles del curso anterior). Pero, claro, volvimos a liarla, no cesaron asambleas, manifestaciones y detenciones, y esa primavera el Rector de la Complutense, a instancias gubernativas, decidió limpiarla de “subversivos”.
Así que en el último trimestre tuve que cambiar de Universidad, de profes y de manuales, alquilé una habitación en la calle Peris y Valero, y también encontré trabajo en la acogedora Valencia, en una informadora legislativa y tributaria que asesoraba a PYMES. Al tiempo que estudiaba Mercantil con Broseta, redactaba estatutos de sociedades limitadas o anónimas a los clientes de mi empleador. Pero me interesó más el Derecho Internacional con Miaja de la Muela, que me dio Matrícula de Honor pese a estudiar por libre y a última hora, gracias a un trabajo que le hice sobre la doctrina imperialista Monroe, sacando horas ya nocturnas en bibliotecas.
Como los días sólo tienen 24 horas, al acabar setiembre del 66 aún me quedaban unas cuantas asignaturas de 4º y 5º por aprobar. Así que seguí trabajando, y compartiendo piso con mis amigos Melquiades Entrena, riojano, también de Derecho, y Daniel Gómez Bedate, zamorano, de Letras, como yo expedientados de la Complutense. Y volví a salir elegido delegado de curso de la APE.
Segundo apunte: la autoorganización estudiantil
En el curso 1965-66, los estudiantes de Barcelona habían abierto una nueva vía, la del Sindicato Democrático, constituido en la “capuchinada” de Sarrià, es decir, fuera del recinto académico, para evitar la infiltración policial. Su ejemplo nos inspiraba a todos los que luchábamos por la libertad sindical. Pero no queríamos renunciar al espacio universitario: nuestro principio era la autoorganización, la unidad de todos los estudiantes en las mismas aulas en que estudiábamos, y a la luz del día.
El Régimen maniobraba para consolidar las APE (Asociación Profesional de Estudiantes) a nivel nacional, pero nosotros teníamos nuestro propio proyecto: ir uniendo a todos los estudiantes universitarios en reuniones conjuntas de las APE dispuestas a rechazar la injerencia gubernamental con los nuevos Sindicatos Democráticos. Cuando hablo de “nosotros”, pienso en la gente diversa que coincidimos entonces en la Universidad valenciana: socialistas moderados como Cipria Ciscar, delegado de la APE de Derecho, joven lúcido pero muy legalista; el delegado de Filosofía, Josep Maria Roger, anarquista brillante y apasionado; comunistas valencianistas como Fernando Montesa, que me inició en los laberintos del cap y casal…
Con ese objetivo de la I RCP convocamos en Valencia a delegados de todas las Universidades; contribuí durante mis contados días de vacaciones con viajes a dedo (no tenía coche), en bus o en tren. Esa reunión que conseguimos la consideran algunos analistas (notablemente Sanz Diaz) como el primer Congreso, de facto sino de iure, del nuevo Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de España. No pienso que fuera tal Congreso, pues no se eligieron órganos nacionales (malamente podríamos, cada día nos iban deteniendo, hasta el último día, en que caí también), y además recuerdo que hubo otras RCP antes de constituirse Sindicatos Democráticos como el de Madrid y otros. Pero no es cuestión de nominalismos.
Tiene razón Sanz Diaz en que tuvimos éxito, la represión policial no logró impedir una reunión representativa de la inmensa mayoría de los universitarios españoles. Y desde aquel momento la Dictadura franquista perdió para siempre a las Universidades, rodeadas de fuerzas policiales y estados de excepción.
Tercer apunte: el contenido democrático de la autoorganización estudiantil
El tomar las estructuras existentes en nuestras manos, el ejercer la libertad sindical, utilizando si era preciso la legalidad vigente (como habíamos hecho con el SUT, el Servicio Universitario del Trabajo dentro del SEU fascista, o como hacían los obreros de Comisiones en las elecciones del Sindicato Vertical) pero también creando nuestros propios espacios desde abajo, desde las asambleas de aula y de centro, todo eso no era para nosotros un fin en sí mismo, sino la vía hacia una Universidad abierta a todas las clases y a todas las ideas.
Era la liquidación por la vía de los hechos de todos los instrumentos de dominación de la Universidad franquista, oligárquica, irrespirable con tanto tabú y tanta prohibición. Lo que llamábamos Reforma Democrática de la Universidad eran las becas del Estado de bienestar que prevalecía en Europa, para que también los hijos de la clase trabajadora llegaran a los estudios universitarios, pero era también la libertad de investigación, el triunfo de la ciencia sobre el oscurantismo que había inspirado a la Institución Libre de Enseñanza. De todo eso hablamos y escribimos y acordamos en la RCP valenciana del 67, rodeados de policías, amenazados por todas las autoridades académicas y gubernativas que no conseguían acabar con nuestra libertad de reunión y de expresión.
Cuarto apunte: la fuerza de la solidaridad
Era algo que la vida me había enseñado: en el 62, mi primera manifestación ilegal estudiantil, al término de la II Asamblea Libre, fue en solidaridad con los mineros asturianos (con los que coincidiría 2 años más tarde en la cárcel de Carabanchel, pero esa es otra historia); a diferencia de la I Asamblea Libre, la del 56, los estudiantes ya no nos considerábamos una élite privilegiada. En Valencia en el 67, nada más comenzar las detenciones, las clases se paralizaron, y la masa estudiantil protegió día a día nuestras reuniones, en las que subidos en el estrado hablábamos abiertamente, en las mismas aulas en que estudiábamos.
Cuando al final, el 2 de febrero, ya clausurada la RCP, nos detuvieron a todos los representantes, estábamos en los calabozos policiales, y luego en la prisión de Mislata, estudiantes de Valencia, de Barcelona, de Bilbao, de Granada, de Málaga, de Madrid, de Murcia, de Oviedo, de Gijón, de Santiago, de Vigo, de Salamanca (y también de la Pontificia), de Valladolid, de Navarra y de Zaragoza. Y la huelga en toda España para sacarnos de la cárcel fue GENERAL. En todas las Universidades de España. Y duró hasta que, efectivamente, durante el mes de febrero, nos excarcelaron a todos.
Esa misma solidaridad llegó hasta extremos chungos: en Valencia, los de Medicina eran totalmente “apolíticos” y muy elitistas, se mantuvieron inicialmente al margen de la RCP, pero en febrero celebraban su fiesta del Ecuador, la poli estaba aún nerviosa, los valencianos siempre celebran con pólvora, vino el delegado, con su bata blanca y algo achispado a soplarle un matasuegras al oficial de los grises que rodeaban la facultad, éste ordenó al cornetín tocar a cargar, la poli llegó ciega con sus porras hasta los quirófanos del Clínico, y ese mismo día Medicina se sumó al 100% a la huelga general…
Pero fue la solidaridad cotidiana lo que nos permitió deslizarnos y ocultarnos cada noche hasta el final de la reunión. Compañeras que apenas conocía nos sacaban morreándonos entre una masa que desbordaba a los policías, nos escondían el ciclostil (la “vietnamita” en que sacábamos las octavillas informativas entintándolas una a una), nos alojaban peligrosamente hasta que culminamos nuestra RCP. Y recuerdo especialmente ese anochecer del 2 de febrero de 1967, mientras los esbirros de la Brigada Político Social nos iban deteniendo, tras las palabras de clausura en el Aula de Árabe de la vieja Universidad Literaria, yo escribía en la pizarra los versos inmortales de Miguel Hernandez:
“No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?”
Y aún me dio tiempo para:
“Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes”.
Dos meses después, en vísperas de un Primero de Mayo movido, volverían a detenerme, y a encerrarme otra vez en la cárcel de Mislata. Y recuerdo que más de un centenar de compañer@s de la Universidad valenciana presentaron ¡al Tribunal de Orden Público!, donde se tramitaba mi causa y la de otros encarcelados, un escrito afirmando que cada un@ de ell@s había cometido los mismos hechos de que se me acusaba: la solidaridad de obreros y estudiantes. ¡Había empezado a caer el miedo al franquismo! La fuerza de la solidaridad había enraizado en tierras valencianas.
Quinto apunte: el impacto de la reunión de Valencia en mi propia evolución personal.
La BPS (Brigada Político Social), según lo que Sanz recoge, mintió al afirmar que asistí a un Congreso en Praga. Hacía años que no tenía pasaporte, estaba ya convocado a la mili (en África, inicialmente en Ifni, luego por decisión del SIM -que manejó entre otras fuentes esa información de la BPS- en el Sahara, en el batallón disciplinario de Cabrerizas, picando piedra bajo vigilancia legionaria en el desierto de Edchera). Y lo recuerdo con especial tristeza, puesto que compañeros y amigos como Pilar Bravo o Alfredo Tejero pudieron disfrutar en campamentos solidarios de la UNEF (sindicato estudiantil francés), y yo no pude acompañarlos, con el billete comprado y todo.
Doy estos nombres porque ya no están. Pero nuestras trayectorias divergían. Pilar y Alfredo acabarían con cargos en el PSOE, yo dejé la política. Entre los libros que la poli intervino en mi habitación valenciana había de Bertold Brecht, pero también de Albert Camus: L’homme revolté. ¡Sí al hombre rebelde! Ni dios ni amo. Yo estaba entonces en plena evolución, de la revolución organizada (y ocasional) a la rebelión libre y constante. Ya en mis discusiones aparecía el sindicato contra el partido, la localidad frente al estado y todo lo que me iría acercando al anarcosindicalismo; como en las comisiones obreras o el sindicalismo estudiantil, la autoorganización de los soldados, desde las clases de alfabetización hasta la solidaridad con los saharauis por su autodeterminación…
A la postre no fui abogado laboralista ni tampoco político; mi madre, maestra republicana represaliada, inspiró mi vocación docente. Como el franquismo no me dejaba ser profe y me expulsaba de la Autónoma, hice mi Doctorado con becas del British Council en el Birkbeck Collage, la facultad obrera de la Univ. de Londres, y al morir el dictador pude trabajar como PNN (profesor no numerario), luchando desde la CNT por un contrato laboral, regresando al País Valencià como profe titular en la nueva Universitat d’Alacant, hasta finalizar mi carrera profesional en la Comisión Europea como jurista de los científicos y de la cooperación internacional, tras haber traducido los Tratados de Roma para nuestra incorporación a la soñada Europa… Otras decepciones, pero la posibilidad de alimentar a mi numerosa familia. Todo aquello, incluida mi feliz jubilación en tierras valencianas, se gestó un invierno del 67 en la Universidad de Valencia.